Enero 16 de 2019: Adoro...

Adoro esas sensaciones que llaman a mi cuerpo al tomar el teléfono y realizar las llamadas, escribir los mensajes, buscar los números, mirar las fotografías. Adoro recorrer con la mirada decenas de perfiles, poses sugerentes, rostros ocultos tras emoticons y efectos de disolución. Buscar un servicio escort tiene algo de proyección de deseo, de construir en el aire un castillo.

Adoro ese calor que penetra mis entrañas, la ansiedad por encontrar el tiempo justo, la chica indicada, el lugar correcto para la pasión. Adoro la esgrima de preguntas y respuestas, los miedos al engaño de mi imaginación y las dudas que avanzan junto a las conversaciones. Una vez que las agendas se alinean, surge el vértigo de un encuentro que se ha vuelto impostergable.

Adoro que el furor de la ciudad imponga una resistencia contra mi concupiscencia; la ciudad es una Artemisa que oculta su desnudez sagrada, una vulva que palpita a la espera de ser perturbada por un brevísimo cosquilleo. La ciudad exige el sudor y el cansancio de dos amantes pasajeros, la ciudad exige una tajada de energía vital a cambio de su silencio.

Adoro el ritual atávico de la entrega de los cuerpos entre las paredes de un hotel, entre sábanas almidonadas que resguardan los espíritus de retozos pasados. El baño previo para templar los filos de la carne, los vistazos previos a los lenguajes de la piel y la dosis a discreción de pornografía al gusto. Adoro cuando los silencios luchan contra ruidos de elevadores y pasillos. Adoro los golpes secos de la puerta.

Bendita la espera y bendita su recompensa, un verbo hecho fuego en el mito de una mujer.

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